No hacer daño exige estar despierto, lo cual supone, entre otras cosas, actuar con menos precipitación, para ser consciente de lo que decimos y hacemos.
Cuanto más observamos nuestras emociones y comprendemos su funcionamiento, más fácil nos resulta abstenernos.
Permanecer despierto, no precipitarnos y ser conscientes de lo que ocurre, se convierte en un modo de vida.
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